
06 de febrero de 2019 - 20:02 - Por DR. ORLANDO GUTIÉRREZ-BORONAT
En su ampliamente difundida obra "Mind: Journey to the Heart of Being Human" (2015), Siegel propone una definición de la mente basada en el intercambio de conocimientos de un grupo de unos 40 científicos prominentes de diversas áreas de especialización
Daniel Siegel es un prominente pediatra y siquiatra estadounidense cuyos estudios interdisciplinarios sobre la naturaleza de la mente lo han convertido en fuente de referencia actual para diversas especialidades, entre ellas la psicología, la psiquiatría, la pediatría y la neurobiología.
En su ampliamente difundida obra “Mind: Journey to the Heart of Being Human” (2015), Siegel propone una definición de la mente basada en el intercambio de conocimientos de un grupo de unos 40 científicos prominentes de diversas áreas de especialización, durante un extenso seminario de investigación y debates temáticos.
Resultado de tal, y base para su exitoso libro, la mente ha sido definido como un proceso abierto, compuesto por el flujo de la información y energía, la relación interpersonal, la autoorganización del proceso mental, y la conciencia.
En base al cúmulo de evidencias y análisis científicos, Siegel además propone que los elementos que componen el proceso mental no entran en relación entre sí, dentro de una lógica de causalidad lineal, si no que emergen como un conjunto, y, además, aunque la actividad del cerebro, constituye una unidad fundamental, el proceso mental no está limitado a este órgano, y lo transciende.
Siegel adiciona que, en el desarrollo de la identidad, la mente necesita “conectarse con algo mayor a sí misma, tal y como tantos estudios y tradiciones de sabiduría nos indican”. Esta última conclusión de Siegel por supuesto, nos recuerda la monumental obra del siquiatra Victor Frankl, “Man’s Search for Meaning”.
La obra de Siegel es variada y profunda porque abarca muchas dimensiones de la existencia humana y porque verdaderamente está sentando nueva catedra en la modernidad. Sin querer de ninguna manera restarle importancia a lo logrado por Siegel, sí creo importante contribuir al debate sobre su obra con la siguiente observación.
Las definiciones de Siegel, sobre todo las relacionadas con la descripción de cómo el proceso mental se mueve dentro de una gama existencial de potencialidades que se van actualizando según los enfoques conscientes e inconscientes del pensamiento, retumba con el eco de la Metafísica de Aristóteles y las Confesiones de San Agustín.
¿Por qué? Los pensadores de la antigüedad carecían de los instrumentos tecnológicos de investigación y clasificación con que cuenta la modernidad. ¿Cómo entonces la Filosofía Clásica logró identificar conclusiones que son, en cierta medida redescubiertas y ampliadas por la modernidad?
Hay un aspecto de la respuesta que es inescapable: los procesos internos de la mente, del alma, son descubiertos y re-descubiertos ¿Qué quiero decir con esto? Que la mente tiene como potencialidad inherente el poder conocerse, y al conocerse, comprender la realidad de la cual se es parte.
Para Siegel, el hecho de que el complejo proceso de la mente emerja como tal, fuera de una causalidad lineal, muestra que el mismo es parte intrínseca de la realidad de la cual forma parte.
La antigua escuela estoica, síntesis del pensamiento clásico que la antecedió, ya promulgaba este principio en los cuales postulaba que la humanidad, como especie, como raza, perfeccionaba su capacidad de mejoramiento natural en la tierra en la medida que ahondaba en los principios morales universales. Para los estoicos la existencia moral del hombre estaba unida con su acción de crecimiento en el mundo natural por la sustancia de la razón, que unía los diversos aspectos de la existencia en un todo coherente: el Logos [del griego, el término en castellano que mejor lo identifica es la razón].
Es esta unión paulatina de la conciencia humana con el mundo en que se mueve y que transforma con su mismo movimiento de la base (doxa) a la cima (episteme), lo que los estoicos llamaban oikaioisis, o reconocimiento de lo que es uno, el que barre con la alucinación de la enajenación, o sentido de extrañeza ante la realidad, fenómeno denominado como “alienación” por Marx y previamente allotnôsis por los estoicos.
Los análisis y conclusiones de Siegel parecen corroborar la revitalización del pensamiento aristotélico que tomó lugar en el siglo XX bajo la égida de Maritan y Bergson.
Esta tensión creativa inherente en la existencia, la evolución creativa de la que hablaba Henri Bergson, en que la mente se va moldeando por el desarrollo de momentos vitales, que marcan la actualización de las potencialidades, parece ser un proceso externo e interno de la mente en el cual el tiempo no se desarrolla en la manera lineal en que nuestra conciencia lo percibe, es más, es enteramente posible que el tiempo dentro de este proceso sencillamente no exista, que todo el proceso emerge como está, todo hecho.
El gran geoquímico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky (1863-1945), el matemático francés Edouard Leroy (1870-1954) y el teólogo Teilhard de Chardin (1881-1955), ya señalaban un eje direccional, interconectado de la evolución, marcado por la creciente complejidad y expansión de la conciencia, desde la geoesfera, hasta biósfera, culminando con la neósfera, o la esfera de la primacía de la razón. Desde esta definición los tres sabios postulaban que la esfera del conocimiento era tan intrínsecamente parte de la naturaleza como la litosfera, la hidrósfera, la atmósfera y la biosfera. Chardin planteaba que el proceso social es la culminación del proceso biológico y no la disminución de su intensidad.
Si tal y como plantea Siegel, basándose en la física cuántica, el tiempo y el espacio no responden a las tradicionales clasificaciones al interior del proceso mental, la direccionalidad de la evolución puede ser meramente lo que nuestro ser limitado intenta clasificar linealmente, cuando en realidad constituye un proceso que ya ha comenzado y …. terminado, al comienzo y fin unidos ya en la fuente primaria de toda existencia, la que genera el movimiento sin causa, el absoluto identificado por la mente aristotélica potenciada por las “enseñanzas no escritas” de Platón y Sócrates, la Fuente del Ser, el Motor Primario.
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